“Borges, es usted un genio”, sentenció un periodista de la revista Gente que entrevistaba al escritor, en 1972.
“No crea, son calumnias”, contestó él, con ese humor que convertía en una fiesta cualquier conversación
compartida (si contestaba a alguna pregunta de manera solemne era, la mayoría de las veces, porque le tomaba el
pelo a su interlocutor).
Y cuando César Hildebrant lo entrevista en 1978 la primera pregunta que le hace es: ¿va a hacer usted conmigo lo
que suele hacer con todos los periodistas?
-¿Y qué hago?
Tomarles el pelo sin ninguna misericordia.
-Jamás he hecho eso en mi vida. Sucede que yo siempre he contestado sinceramente. Y todo el mundo prefiere
suponer que esas contestaciones mías son bromas o ironías. Yo soy una persona educada, no le tomo el pelo a
nadie. Y espero que no me lo tomen, tampoco.
Y luego César Hildebrant le diría:
Borges, usted ha cultivado una sorprendente modestia en torno de la estimación de su propia obra…
-Bueno, es que yo quiero ser olvidado…
Pero usted sabe que es un gran escritor.
-No creo. Yo no tengo obra. Mi obra es…
Una miscelánea…
-Una miscelánea, una ilusión óptica lograda por la tipografía.
Me está tomado el pelo, Borges. Usted no puede pensar eso de su obra.
-Claro que sí. Lo que me parece raro es que la gente sea tan indulgente conmigo. A mí no me gusta tanto lo que yo
escribo. Claro que eso le pasa a todo escritor. Se han escrito libros sobre mí y yo no he leído ninguno. Alicia Jurado
escribió un libro sobre mí, que me aseguran que es muy bueno, y yo le dije: “Alicia, tú sabes que leo todo lo que
escribes pero en este caso no voy a leer tu libro porque se trata de un tema que no me interesa o que, quizá, me
interesa demasiado”.